Primera parte de un viaje "turístico" por Monasterio, La Revilla, La Barbolla y Fuentelaldea
El turista es consciente de que por su condición, no le está permitido agarrar la esencia de las cosas y que debe pasar obligatoriamente de manera superficial por todos estos campos de girasol, la zigzagueante carretera que sube hasta Monasterio y todo lo que le espera que no sabe lo que es.
En Monasterio vive una familia todo el año. Ahora, que todavía es verano, se ven algunas casas abiertas y el pueblo tiene, a pesar del abandono, un aspecto saludable con algunas construcciones nuevas. El aire es puro, y agradable la vista desde todos los puntos del limitado caserío. Las calles están decentemente limpias y arregladas. Está a una treintena escasa de kilómetros de la capital provincial. Uno no se explica por qué se fue la gente; esos veintiocho vecinos que serían ciento y pico habitantes, que contó el señor Loperraez.
Cuenta este pueblo con la singular propuesta arquitectónica de tener el campanario separado de la iglesia, y la iglesia junto a un manantial con un abrevadero que parece un sarcófago. Tiene también un lavadero circular junto al manantial y la iglesia, todo ello muy bien conservado, aunque el agua sea bastante caliza y de no muy buen paladar. El turista departe un buen rato con una de las vecinas estables, natural de Cuba, que lleva viviendo una década en el pueblo y que le cuenta con una sonrisa que ya se ha acostumbrado al clima y a la soledad. Como fondo hay un frontón pintado de verde y el edificio abandonado de lo que sería el ayuntamiento y la escuela.
Cuando nos vamos aparecen tres moteros que al llegar al frontón, hacen un giro y se enfilan haciendo mucho ruido hacia el pico más alto de la sierra, que según el mapa del turista está a 1.375 metros de altura.
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