jueves, 9 de diciembre de 2010

La rana y la serpiente

(cuento tradicional africano)

Un bebé rana saltaba por el campo, feliz de haber dejado de ser renacuajo, cuando se encontró con un ser muy raro que se arrastraba por el suelo. Al principio se asustó mucho, porque en su corta vida terrestre, nunca había visto un gusano tan largo y tan gordo. Además, el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su boca era como para ponerle la piel de gallina a cualquier rana. Se trataba en verdad de un bicho raro, pero tenía, eso sí, los colores más hermosos que el bebé rana había visto jamás. Este vistoso colorido alegró inmensamente al bebé rana y le hizo abandonar de un momento a otro sus temores. Fue así como se acercó y le habló.
–¡Hola! –dijo el bebé rana, con el tono de voz más natural y selvático que encontró–. ¿Quién eres tú? ¿Qué haces arrastrándote por el piso?
–Soy un bebé serpiente –contestó el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le escapara sin control por entre los dientes–. Las serpientes caminamos así. –¿Quieres que te enseñe?
–¡Sí, sí! –exclamó el bebé rana, impulsándose hacia arriba con sus dos larguísimas patas traseras, en señal de alegría.
El bebé serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte de arrastrarse por el piso, en el que ninguna rana se había aventurado hasta entonces. Después de un par de horas de intentos fallidos, en los que el bebé rana tragó montones de tierra y terminó con la cabeza clavada en el suelo y sus largas patas agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros, aunque de forma bastante cómica.
–Ahora yo quiero enseñarte a saltar. ¿Te gustaría? –le preguntó el bebé rana a su nuevo amigo.
–¡Encantado! –respondió el bebé serpiente, haciendo remolinos en el suelo, de la emoción.
Y el bebé rana le enseñó entonces al bebé serpiente el difícil arte de caminar saltando, en el que ninguna serpiente se había aventurado hasta entonces. Para el bebé serpiente fue tan difícil aprender a saltar como para el bebé rana aprender a arrastrarse por el piso. Fueron precisas más de dos horas para que el bebé serpiente pudiera despegar del suelo por completo su larguísimo cuerpo. Al fin lo logró, pero se veía tan gracioso cuando se elevaba, y chapoteaba tan fuertemente entre el barro después de cada salto, que los dos amigos no podían menos que reírse a carcajadas.
Así pasaron toda la mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el uno del otro. Y hubieran seguido todo el día si sus respectivos estómagos no hubieran empezado a crujir, recordándoles que era hora de comer.
–¡Nos vemos mañana a la misma hora! –dijeron al despedirse.
–¡Hola mamá, mira lo que aprendí a hacer! –gritó el bebé rana al entrar a su casa. Y de inmediato se puso a arrastrarse por el piso, orgulloso de lo que había aprendido.
–¿Quién te enseñó a hacer eso? –gritó la mamá rana furiosa, tan furiosa que el bebé rana quedó paralizado del susto.
–Un bebé serpiente de colores que conocí esta mañana –contestó atemorizado el bebé rana.
–¿No sabes que la familia serpiente y la familia rana somos enemigas? –siguió tronando mamá rana–.Te prohíbo terminantemente que te vuelvas a ver con ese bebé serpiente.
–¿Por qué?
–Porque las serpientes no nos gustan, y punto. Son venenosas y malvadas. Además, nos tienen odio.
–Pero si el bebé serpiente no me odia. Él es mi amigo –replicó el bebé rana, con lágrimas en los ojos.
–No sabes lo que dices. Y deja ya de quejarte, ¿está bien?
El bebé rana no probó ni una sola de las deliciosas moscas que su mamá le tenía para el almuerzo. Se le había quitado el hambre y no entendía por qué. (Lo que pasaba era que estaba triste y no lo sabía).
Cuando el bebé serpiente llegó a su casa, le ocurrió algo similar.
–¿Quién te enseñó a saltar de esa manera tan ridícula? –le preguntó su mamá, hérguida en la cola de la rabia.
–Un bebé rana graciosísimo que conocí esta mañana.
–¡Las ranas y las serpientes no pueden andar juntas! ¡Qué vergüenza! ¡La próxima vez que te encuentres con ese bebé rana, mátalo y cómetelo!
–¿Por qué? –preguntó el bebé serpiente, aterrado.
–Porque las serpientes siempre han matado y se han comido a las ranas. Así ha sido y tiene que seguir siendo siempre.
Ni falta hace decir cómo se sintió el bebé serpiente de sólo imaginarse matando a su amigo y luego comiéndoselo como si nada. Al día siguiente, a la hora de la cita, el bebé rana y el bebé serpiente no se saludaron. Se mantuvieron alejados el uno del otro, mirándose con desconfianza y recelo, aunque con una profunda tristeza en el corazón. Y así ha seguido siendo desde entonces.

Albert Einstein decía: ¡Triste época la nuestra!... Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
Para evadirse de este mes arisco y de toda la vulgaridad que acarrea, nada mejor que refugiarse en este blog de fotografía, donde hay algunas imágenes sobrecogedoras de puro bellas, llenas de sensibilidad y de buen gusto:
ARTE PHOTOGRAPHICA

martes, 3 de agosto de 2010

Parapescuez (1)

No será la última vez que nos refiramos en este blog a la triste afrenta artística de San Miguel de Parapescuez, iglesia románica que demolieron y se llevaron piedra a piedra en 1963 a un lugar indeterminado del norte de España. Se agradece cualquier pista al respecto de su paradero actual.
Parece que el unico resto arquitectonico que se quedó, aparte de los arranques de los muros que no se llevaron, es un crismón que se conserva en el museo Numantino de Soria, del que se hace exhaustiva descripción en la página de Claustro dedicada a estos elementos. De ahi mismo hemos sacado la foto que ilustra este comentario.

Soria eterna

martes, 9 de febrero de 2010

La Mallona argentina


Dos abuelos emigrantes. Él de Santa María de Moraña (Pontevedra) y ella de La Mallona (Soria). El nieto, Blas Camiño Gallego, acaba de obtener la nacionalidad española. Pero no todos los descendientes de españoles en el exterior corren su misma suerte. Si su abuela no se hubiera casado con un emigrante español, Blas sería uno de los más de 30.000 gallegos sin papeles. ¿El motivo? Al casarse, las mujeres emigrantes perdían automáticamente la nacionalidad y adquirían la del marido."Nunca imaginé que iba a llegar este día", celebraba horas antes de ir al Consulado de España en Buenos Aires para tramitar el pasaporte una vez que el Ministerio de Exteriores dio el visto bueno a su solicitud. "Si pudiera –asegura– me iría hoy mismo a Galicia, pero tengo que esperar hasta que reúna algo de dinero". A sus 30 años, Blas Camiño no tiene ninguna atadura que le impida marcharse. Ni pareja ni trabajo. Por ese motivo, asegura que le resulta más fácil hacer las maletas y volver, por segunda vez, a la tierra de su abuelo. Aunque en un principio sólo se trasladará él, cuando esté asentado, quiere que su madre, viuda, también viaje con él. "Aquí [en Argentina] se subsiste, no se vive. El futuro va ser peor que el presente", comenta Blas, al tiempo que asegura que "aunque no hubiera logrado la nacionalidad española" ya se había planteado "seguir los pasos" de su abuelo, que en 1935 emigró de Moraña a Argentina. "No tramité la nacionalidad con la finalidad de poder viajar a España. La pedí por sentimientos, por cuestión de identidad y cultura", asegura. Pese a las sucesivas reformas del Código Civil en materia de nacionalidad, la anterior en enero de 2003, su caso no estaba en la lista de nuevos beneficiarios, ya que durante el franquismo se promulgó una norma por la cual los nietos mayores de edad no podían acceder a la nacionalidad española. Con la disposición adicional séptima de la Ley de Memoria Histórica, Blas ya puede nacionalizarse. Después de más de 25 años de las últimas cartas enviadas desde Moraña, Blas logró contactar de nuevo con la familia de su abuelo. Ese contacto lo llevó a viajar por primera vez a Galicia el verano pasado. Un mes bastaron para saber que quiere volver. Pero esta vez para quedarse. "Extraño acá lo que no extrañé allí. Deseo volver ya mismo".

(Noticia de Faro de Vigo, 29 de agosto de 2009)